
Manuel Beltrán nació en el barrio de la Alcantarilla de Jaén, un mes de mayo de hace treinta y siete años, en el seno de una familia humilde. Apenas levantando unos palmos probó a dar sus primeras pedaladas "echando de menos las ruedecillas", pues cuando se aprende a montar en bici ni a los genios respeta la gravedad. Su relación con la bicicleta, no obstante, nació de la necesidad. A los doce años dejó muestras de su temperamento y la convirtió en virtud. Ayudaba por ese tiempo a su padre en las faenas agrícolas para lo que tenía que desplazarse a diario hasta un olivar. Y el chico empezó a acumular kilómetros.
Su primer equipo ciclista fue jienense, Fermín Chorro, donde apuntaba maneras. Por entonces, comenzaba a conocérsele ya entre compañeros y hasta familiares como 'Triki' el monstruo de las galletas, célebre personaje de Barrio Sésamo, por su parecido y desmesurada afición a ellas incluso en las carreras. Pobres, no sabían que su destino era devorar montañas y no galletas.
El jienense se lanzó a la carretera como las grandes estrellas del rock, para ver mundo y comérselo. Pasó a formar parte de las filas del equipo granadino Ávila Rojas y empezó a demostrar que cuando el relieve se endurece, él más aún. En 1995 dio el salto a profesional, al equipo italiano del Mapei, donde el jefe de filas era un danés llamado Tony Rominger, uno de los que sufrió y padeció a un tal Miguel Indurain. Esa temporada corrió su primera gran ronda por etapas, la Vuelta a España. En 1996 disputó el Giro de Italia y logró quedar vigésimo- séptimo. Osado, también se zampó la Vuelta a Portugal.
El jienense se lanzó a la carretera como las grandes estrellas del rock, para ver mundo y comérselo. Pasó a formar parte de las filas del equipo granadino Ávila Rojas y empezó a demostrar que cuando el relieve se endurece, él más aún. En 1995 dio el salto a profesional, al equipo italiano del Mapei, donde el jefe de filas era un danés llamado Tony Rominger, uno de los que sufrió y padeció a un tal Miguel Indurain. Esa temporada corrió su primera gran ronda por etapas, la Vuelta a España. En 1996 disputó el Giro de Italia y logró quedar vigésimo- séptimo. Osado, también se zampó la Vuelta a Portugal.
Fueron años inolvidables, que siempre rememora con cariño. La bicicleta le había dado lo que siempre había querido, como él mismo reconoce. "Corrí por todo el mundo y me aficioné a viajar. A mí no me verás con grandes coches, ni vistiendo Dolce Gabanna o Armani, pero no me importa gastarme el dinero haciendo un viajecito todos los años con mi mujer, porque el viajar te abre la mente. Haber estado en Tokio, en Manhattan, en el Gran Cañón del Colorado, en el glaciar Perito Moreno. Eso no tiene precio".
El año 98 fue el de su bautismo en la más importante carrera ciclista, el Tour de Francia, juez de las leyendas. Las carreteras galas le consagraron como uno de los grandes del pelotón. En la Vuelta a España acabó siendo decimotercero, con el 'lastre' de defender el maillot de Banesto junto a Olano. Y así fue ganando posiciones en la clasificación a la espera de coronarla alguna vez. Y esa vez llegó con la Vuelta a los Puertos (Madrid), la primera carrera de magnitud que escribía en primer lugar a Manuel Beltrán, de Jaén. Durante 1999 consolidó su posición privilegiada obteniendo la victoria en la Volta a Catalunya y la undécima plaza en la Vuelta España.
Espejo de Jaén
También llegarían otras actuaciones memorables que no acabaron en triunfo pero que fueron un ejemplo de entrega, casta y coraje. Un espejo en el que se miraba la sociedad jienense y que devolvía un reflejo más delgado, más alto y con más pelo. Las grandes cumbres europeas, nombres que remiten a hazañas e historias mayores, tenían a un jienense de héroe, sufriendo, un tipo desgarbado, delgado, que hablaba como nosotros y desayunaba tostadas con aceite. Peleándose codo con codo con superhombres. Y venciéndolos a veces. Fueron días de vino y rosas, de ramos y podios.
Trece han sido los años de profesional, veintitantas grandes vueltas. Ha ayudado a ganar la Vuelta a Rominger y el Tour a Lance Armstrong. Ha tirado de Abraham Olano en las cuestas y ha compartido habitación -en camas separadas, claro- con Zülle, Escartín, Freire o Heras. Y pese a lo ajustado del calendario, volvía en cuanto podía a casa como si no fuera él también un ET. Regresaba con la humildad reservada a los que no la necesitan. Sin Armani, ni un gran coche. Cariñoso con sus vecinos que siempre le han pagado con esa moneda, incluso ahora, sobre todo ahora, que le ha impregnado el cáncer del ciclismo. Beltrán se enfrenta a un futuro incierto, él que siempre se vio vinculado a las dos ruedas. "Todo el mundo quiere dedicarse a lo que entiende y lo mío después de tantos años es el ciclismo. No me veo de empresario, ni con un negocio. Nunca me vería de político", aseguraba hace unos meses quien ha llegado a entrenar hasta doce horas diarias.
Pocos datos explican mejor lo que es Beltrán. Un fenómeno que se crece cuando el camino, como ahora, se empina.